El francotirador.
Su cuerpo se confundía con la tonalidad indefinida del barro de la trinchera, en un ambiente impregnado del hedor de la transpiración hecha miedo, en suspensión permanente sobre el estrecho tajo que hendía la tierra.
Quien no ha encadenado pensamientos desde el corazón de la sinrazón de la guerra, rodeado de espíritus errantes y cadáveres degradados de personas que hasta ayer eran nuestra única compañía, nunca podrá llegar a comprender hasta que límites la razón puede llegar a depender de cosas tan simples, como la alegría del canto de un ave canora flotando sobre el horror… en los contados instantes en que el silencio no es interrumpido por el estallido de las explosiones, que acompañan desde siempre el proceso de los conflictos bélicos.
La veintena de soldados que constituían su grupo, estaba detenida hacía más de una semana a escasa distancia de la línea de árboles que marcaba el comienzo del bosque. Donde oculto en la frondosidad verde se encontraba el enemigo de una guerra, cuyo motivo desencadenante era ya lo bastante confuso y lejano como para que sus mentes, sin objetivos definidos que animaran sus espíritus, excepto el de conservar la vida, vagaran en un estado de total irracionalidad.
Nicolás torció su cuello en forma casi antinatural, observando a su espalda a un compañero, que dormido profundamente en posición fetal abrazaba sus rodillas, apoyando la frente sobre ellas cual si fuesen la almohada más cómoda y mullida del planeta. Y con la piedad en su rostro, pudo ver como el cuerpo distendido mostraba la paz y serenidad que la vigilia le negaba, traída de la mano de la realidad ilusoria del sueño.
Luego, asomando con extremo cuidado la cabeza sobre el borde de la trinchera, forzó la mirada tratando de detectar movimientos a su frente, para escudarse rápidamente en la seguridad del escondrijo. Recordando la triste suerte de quienes se habían expuesto a la habilidad y precisión del francotirador, que desde que se encontraban detenidos en el lugar, acechaba el momento en que alguien abandonaba la protección de la trinchera para abatirlo sin piedad.
Cuando las penumbras desplazaron la claridad solar el grupo se reunió, tratando de encontrar una salida a su inmovilidad; llegando a la conclusión de que la única solución era enviar a un hombre, que eliminara la terrible amenaza que desde la barrera boscosa impedía su avance.
Nicolás inmediatamente se ofreció como voluntario, sabiendo que su entrenamiento especializado lo había capacitado para manejarse con solvencia en zonas arboladas, llegando a mimetizarse en la naturaleza de forma tan competente y profesional, que hasta los propios animales del bosque encontraban difícil detectarlo.
Estaba convencido de que su misión encontraría terribles dificultades para lograr el éxito, pues su adversario era evidentemente un especialista con su misma capacidad. Pese a ello, los sentimientos de amistad prevalecieron sobre el temor, insuflando en su alma el calor que necesitaba para ejecutar la tarea.
Y cuando la oscura capa nocturnal cayó sobre el terreno, saliendo del refugio se arrastró rápida y sigilosamente sobre los codos, recorriendo en poco tiempo el espacio abierto que lo separaba del bosque. Luego se introdujo en las sombras, hasta encontrar en las salientes y gigantescas raíces de un robusto tronco la protección que buscaba y confundiéndose en sus retorcidos entornos, se acurrucó a la espera de que la luz solar le permitiese iniciar el rastreo del enemigo.
Todavía el miedo no invadía su cuerpo, una sensación tan vieja como renovada en su vida de servicio en el ejército, entonces acarició la placa metálica que pendía de su cuello colgada de una gruesa cadena de plata, recordando su inscripción: “Nicolás - El espíritu sobrevive a la muerte”… y cerrando los ojos se hundió en un sueño vigilante y entrecortado.
Cuando la luminosidad del nuevo día perforó la barrera de sus párpados, supo que había llegado el momento. Abrió los brazos, estirando sus músculos entumecidos por la frialdad nocturna y lentamente comenzó a desplazarse en busca de su adversario.
Nunca esperó que todo se desarrollara de manera tan breve y sorpresiva, no había recorrido más que unos pocos metros cuando sintió un disparo de fusil y el silbido de su proyectil rasgando el aire en dirección a la trinchera donde se encontraban sus compañeros.
Un manantial de adrenalina energizó su cuerpo y la excitación como filosa aguja lo atravesó sin piedad, pero aun así permaneció inmóvil, con todos sus sentidos centrados en determinar la dirección de la cual provenía el estampido. Y solo entonces con la seguridad otorgada por su experiencia, se encaminó hacia el lugar donde suponía encontraría al francotirador.
Al llegar a un pequeño claro se detuvo expectante, teniendo a sus costados añosos árboles de hojas perennes mezclados con arbustos espinosos y verdes enredaderas, que los hermanaban formando lo que parecía ser una sola masa vegetal.
Su mirada recorrió el espacio con cautela y paciencia, tratando de reconocer algún elemento distinto a la feraz naturaleza que lo rodeaba, pero casi de inmediato observó perplejo como un pequeño arbusto se erguía en lento movimiento, mostrando bajo sus hojas el verde casco camuflado del enemigo.
El desconocido tan sorprendido como Nicolás, levantó el arma y tiró casi sin centrar la mira. Y en ese mismo instante Nicicolás, teniendo en cuenta las enseñanzas de sus instructores: “nunca se apresuren”, “apunten con cuidado y recién entonces jalen del gatillo”, ejecutó mecánicamente las directivas durante mucho tiempo automatizadas y disparó.
Es ese fugaz instante percibió dos sensaciones simultáneas, el ardor en su cráneo y el impacto visual del pecho del rival estallando en rojo al recibir de pleno su proyectil. Luego, sin detenerse a revisar su herida o verificar el resultado de su acción, pues sabía que el impacto de grueso calibre de su arma a esa distancia era necesariamente mortal, se adentró ágilmente en el interior del bosque, dado que su tarea no había terminado, pues debía verificar la posible presencia de otros soldados en el área.
Cuando se encontró lejos reinició su tensa búsqueda, tranquilo y sereno pese al peligro, recorriendo la arboleda sin sentir síntomas de cansancio o deseos de beber o alimentarse. Y prosiguió implacable su tarea aun cuando el día finalizaba, desapareciendo el sol en rojiza retirada por el horizonte…con el poder de la vida y la muerte pesando en sus manos y el recuerdo de sus compañeros orando por su éxito en la húmeda trinchera.
Sus músculos le respondían con potencia y vitalidad superando los obstáculos del terreno con extrema facilidad. Sentía que sus sentidos agudizados al máximo lo convertían en una perfecta máquina letal, cuya eficiencia y mimetismo había alcanzado un nivel que incluso lo hacía pasar desapercibido a las aves y otros habitantes del bosque, a quienes probó acercarse casi hasta tocarlos sin que pudieran detectar su presencia.
Al amanecer el gomoso calor se desató en lluvia y las altas copas de los árboles semejaron vertientes que inundaron todo, pero Nicolás no sintió el barro en sus pies, ni la humedad del uniforme. Su excitación parecía haber eliminado de su cuerpo todo lo que le impidiera lograr su objetivo, salvando fácilmente todos los obstáculos, encaminado únicamente al cumplimiento del deber.
Luego pensó que el silencio del hombre que había matado llamaría la atención y tratarían de investigar lo ocurrido, entonces regresando sobre sus pasos, volvió presuroso al claro del bosque donde se había producido el encuentro.
Pese a que creía haber recorrido mucha distancia le sorprendió la rapidez con que arribó al lugar indicado. Se introdujo en la maleza donde había encontrado escondido a su rival y acercándose observó su pecho destrozado, sin odio ni satisfacción, pero con la seguridad de que nunca más podría hacer daño a uno de los suyos.
Escudriñó entonces las orillas del claro y en ese momento cuando los rayos del sol brillaron sobre el acero de un rifle, observó la presencia de otro soldado. Y aunque parecía imposible que este no se hubiera percatado de su presencia, consideró que la larga espera lo había adormilado, descuidando u vigilancia y retardando sus reflejos.
Levantó entonces su arma y apuntando cuidadosamente disparó en rápida sucesión contra el hombre recostado en el tronco del árbol, que sostenía despreocupadamente en sus manos el cromado rifle. Los proyectiles atravesaron el espacio impactando repetidamente en el blanco, pero para su sorpresa el enemigo siguió inmóvil en su verde respaldo, sin prestar atención a la agresión de que era objeto.
Se acercó desconcertado… y de pronto reconoció sus propios ojos mirando al cielo, con el pequeño agujero de bordes rojizos destacándose en el centro de la frente. Se acercó y pudo ver como refulgía su placa con la inscripción:
“Nicolás – El espíritu sobrevive a la muerte”.
Entonces, desechando su fantasmal arma salió del bosque regresando a la trinchera, se acodó a la protección de sus paredes y unió sus destino al de otras almas que habían priorizada la amistad sobre la muerte.
De “Regreso a la ilusión”
Su cuerpo se confundía con la tonalidad indefinida del barro de la trinchera, en un ambiente impregnado del hedor de la transpiración hecha miedo, en suspensión permanente sobre el estrecho tajo que hendía la tierra.
Quien no ha encadenado pensamientos desde el corazón de la sinrazón de la guerra, rodeado de espíritus errantes y cadáveres degradados de personas que hasta ayer eran nuestra única compañía, nunca podrá llegar a comprender hasta que límites la razón puede llegar a depender de cosas tan simples, como la alegría del canto de un ave canora flotando sobre el horror… en los contados instantes en que el silencio no es interrumpido por el estallido de las explosiones, que acompañan desde siempre el proceso de los conflictos bélicos.
La veintena de soldados que constituían su grupo, estaba detenida hacía más de una semana a escasa distancia de la línea de árboles que marcaba el comienzo del bosque. Donde oculto en la frondosidad verde se encontraba el enemigo de una guerra, cuyo motivo desencadenante era ya lo bastante confuso y lejano como para que sus mentes, sin objetivos definidos que animaran sus espíritus, excepto el de conservar la vida, vagaran en un estado de total irracionalidad.
Nicolás torció su cuello en forma casi antinatural, observando a su espalda a un compañero, que dormido profundamente en posición fetal abrazaba sus rodillas, apoyando la frente sobre ellas cual si fuesen la almohada más cómoda y mullida del planeta. Y con la piedad en su rostro, pudo ver como el cuerpo distendido mostraba la paz y serenidad que la vigilia le negaba, traída de la mano de la realidad ilusoria del sueño.
Luego, asomando con extremo cuidado la cabeza sobre el borde de la trinchera, forzó la mirada tratando de detectar movimientos a su frente, para escudarse rápidamente en la seguridad del escondrijo. Recordando la triste suerte de quienes se habían expuesto a la habilidad y precisión del francotirador, que desde que se encontraban detenidos en el lugar, acechaba el momento en que alguien abandonaba la protección de la trinchera para abatirlo sin piedad.
Cuando las penumbras desplazaron la claridad solar el grupo se reunió, tratando de encontrar una salida a su inmovilidad; llegando a la conclusión de que la única solución era enviar a un hombre, que eliminara la terrible amenaza que desde la barrera boscosa impedía su avance.
Nicolás inmediatamente se ofreció como voluntario, sabiendo que su entrenamiento especializado lo había capacitado para manejarse con solvencia en zonas arboladas, llegando a mimetizarse en la naturaleza de forma tan competente y profesional, que hasta los propios animales del bosque encontraban difícil detectarlo.
Estaba convencido de que su misión encontraría terribles dificultades para lograr el éxito, pues su adversario era evidentemente un especialista con su misma capacidad. Pese a ello, los sentimientos de amistad prevalecieron sobre el temor, insuflando en su alma el calor que necesitaba para ejecutar la tarea.
Y cuando la oscura capa nocturnal cayó sobre el terreno, saliendo del refugio se arrastró rápida y sigilosamente sobre los codos, recorriendo en poco tiempo el espacio abierto que lo separaba del bosque. Luego se introdujo en las sombras, hasta encontrar en las salientes y gigantescas raíces de un robusto tronco la protección que buscaba y confundiéndose en sus retorcidos entornos, se acurrucó a la espera de que la luz solar le permitiese iniciar el rastreo del enemigo.
Todavía el miedo no invadía su cuerpo, una sensación tan vieja como renovada en su vida de servicio en el ejército, entonces acarició la placa metálica que pendía de su cuello colgada de una gruesa cadena de plata, recordando su inscripción: “Nicolás - El espíritu sobrevive a la muerte”… y cerrando los ojos se hundió en un sueño vigilante y entrecortado.
Cuando la luminosidad del nuevo día perforó la barrera de sus párpados, supo que había llegado el momento. Abrió los brazos, estirando sus músculos entumecidos por la frialdad nocturna y lentamente comenzó a desplazarse en busca de su adversario.
Nunca esperó que todo se desarrollara de manera tan breve y sorpresiva, no había recorrido más que unos pocos metros cuando sintió un disparo de fusil y el silbido de su proyectil rasgando el aire en dirección a la trinchera donde se encontraban sus compañeros.
Un manantial de adrenalina energizó su cuerpo y la excitación como filosa aguja lo atravesó sin piedad, pero aun así permaneció inmóvil, con todos sus sentidos centrados en determinar la dirección de la cual provenía el estampido. Y solo entonces con la seguridad otorgada por su experiencia, se encaminó hacia el lugar donde suponía encontraría al francotirador.
Al llegar a un pequeño claro se detuvo expectante, teniendo a sus costados añosos árboles de hojas perennes mezclados con arbustos espinosos y verdes enredaderas, que los hermanaban formando lo que parecía ser una sola masa vegetal.
Su mirada recorrió el espacio con cautela y paciencia, tratando de reconocer algún elemento distinto a la feraz naturaleza que lo rodeaba, pero casi de inmediato observó perplejo como un pequeño arbusto se erguía en lento movimiento, mostrando bajo sus hojas el verde casco camuflado del enemigo.
El desconocido tan sorprendido como Nicolás, levantó el arma y tiró casi sin centrar la mira. Y en ese mismo instante Nicicolás, teniendo en cuenta las enseñanzas de sus instructores: “nunca se apresuren”, “apunten con cuidado y recién entonces jalen del gatillo”, ejecutó mecánicamente las directivas durante mucho tiempo automatizadas y disparó.
Es ese fugaz instante percibió dos sensaciones simultáneas, el ardor en su cráneo y el impacto visual del pecho del rival estallando en rojo al recibir de pleno su proyectil. Luego, sin detenerse a revisar su herida o verificar el resultado de su acción, pues sabía que el impacto de grueso calibre de su arma a esa distancia era necesariamente mortal, se adentró ágilmente en el interior del bosque, dado que su tarea no había terminado, pues debía verificar la posible presencia de otros soldados en el área.
Cuando se encontró lejos reinició su tensa búsqueda, tranquilo y sereno pese al peligro, recorriendo la arboleda sin sentir síntomas de cansancio o deseos de beber o alimentarse. Y prosiguió implacable su tarea aun cuando el día finalizaba, desapareciendo el sol en rojiza retirada por el horizonte…con el poder de la vida y la muerte pesando en sus manos y el recuerdo de sus compañeros orando por su éxito en la húmeda trinchera.
Sus músculos le respondían con potencia y vitalidad superando los obstáculos del terreno con extrema facilidad. Sentía que sus sentidos agudizados al máximo lo convertían en una perfecta máquina letal, cuya eficiencia y mimetismo había alcanzado un nivel que incluso lo hacía pasar desapercibido a las aves y otros habitantes del bosque, a quienes probó acercarse casi hasta tocarlos sin que pudieran detectar su presencia.
Al amanecer el gomoso calor se desató en lluvia y las altas copas de los árboles semejaron vertientes que inundaron todo, pero Nicolás no sintió el barro en sus pies, ni la humedad del uniforme. Su excitación parecía haber eliminado de su cuerpo todo lo que le impidiera lograr su objetivo, salvando fácilmente todos los obstáculos, encaminado únicamente al cumplimiento del deber.
Luego pensó que el silencio del hombre que había matado llamaría la atención y tratarían de investigar lo ocurrido, entonces regresando sobre sus pasos, volvió presuroso al claro del bosque donde se había producido el encuentro.
Pese a que creía haber recorrido mucha distancia le sorprendió la rapidez con que arribó al lugar indicado. Se introdujo en la maleza donde había encontrado escondido a su rival y acercándose observó su pecho destrozado, sin odio ni satisfacción, pero con la seguridad de que nunca más podría hacer daño a uno de los suyos.
Escudriñó entonces las orillas del claro y en ese momento cuando los rayos del sol brillaron sobre el acero de un rifle, observó la presencia de otro soldado. Y aunque parecía imposible que este no se hubiera percatado de su presencia, consideró que la larga espera lo había adormilado, descuidando u vigilancia y retardando sus reflejos.
Levantó entonces su arma y apuntando cuidadosamente disparó en rápida sucesión contra el hombre recostado en el tronco del árbol, que sostenía despreocupadamente en sus manos el cromado rifle. Los proyectiles atravesaron el espacio impactando repetidamente en el blanco, pero para su sorpresa el enemigo siguió inmóvil en su verde respaldo, sin prestar atención a la agresión de que era objeto.
Se acercó desconcertado… y de pronto reconoció sus propios ojos mirando al cielo, con el pequeño agujero de bordes rojizos destacándose en el centro de la frente. Se acercó y pudo ver como refulgía su placa con la inscripción:
“Nicolás – El espíritu sobrevive a la muerte”.
Entonces, desechando su fantasmal arma salió del bosque regresando a la trinchera, se acodó a la protección de sus paredes y unió sus destino al de otras almas que habían priorizada la amistad sobre la muerte.
De “Regreso a la ilusión”