La rosa azul
José se internó en el bosque, respirando un aire de pureza diferente que le impedía a seguir andando; hasta que, entre matorrales naturales que bordeaban el sendero, observó un pequeño rosal cubierto de rojos, en cuyo alrededor como esperando turno, flotaban colibríes y sobrevolaban centenares de abejas; en una escena insólita y diferente, pues todo el vibrar de alas, ignoraba a arbustos similares también hermosos y floridos.
Al acercarse, vio que sus ramas verdes lucían hermosas rosas rojas, pero en su centro, como pintada en un cuadro diferente, crecía una flor azulada de mayor tamaño, que era respetada por aves e insectos, destacando su belleza solitaria.
Estiró su mano para sacarla del tallo, por diferente y extraña, pero algo detuvo su impulso y solamente la acarició con la punta de sus dedos, como si algo le advirtiera que no debía arrancarla. Entonces inclinó su rostro y besó uno a uno sus delicados pétalos, como un respetuoso homenaje a algo superior e incomprensible… percibiendo entonces en su mente, silenciosas palabras que decían:
“Sin tener idea de quién soy me has besado, demostrando confianza en una hija de la naturaleza que desconoces; si me hubieras extraído de mi tallo, tu crimen sin motivo hubiera sido castigado”.
“Demostraste que en tu alma se mantiene la pureza, requisito indispensable que ha impedido que mates la belleza”.
“Sigue tu camino hasta encontrar un arbusto igual y diferente, pleno de flores azules, pero en cuyo centro verás una hermosa rosa roja; tómala con delicadeza, guárdala junto a tu pecho y se integrará a tu corazón… y en algún momento de la vida, te llevará sin duda alguna al mayor sentimiento a que pueden aspirar los seres humanos, el verdadero amor”.
El camino largo y sinuoso, cansó sus piernas y lo hizo tambalear, luego de horas que hicieron caer lentamente la noche, pero perseveró en el recorrido, detrás de la posibilidad de encontrar el mayor tesoro de su existencia, la meta más buscada por el hombre, tan esquiva y errática como sus miles de historias… pero su razonamiento le decía:
“Por favor no exijas tu cuerpo por más tiempo, te encuentras corriendo detrás de una utopía, no vas a encontrarla. Todos los que la han perseguido, han obtenido por única recompensa el recorrido; abandona ya, has perdido conciencia de la realidad, que siempre triunfa por sobre los deseos humanos”.
Trató de proseguir, pero su cuerpo ya sin energía dobló sus piernas debiendo recostar la espalda en el tronco de un árbol… tal vez el abuelo de todos los que integraban el bosque encantado.
Sus ojos se abrieron lentamente y se despertó sobresaltado, con los finos rayos solares, filtrándose por los pocos espacios visibles de cielo abierto sobre el techo arbolado. A su frente, la planta buscada lucía las hermosas flores azules que esperaba; destacándose en su centro, la rosa distinta color pasión… el tesoro buscado con tesón y la llave que abriría en su momento la utopía del amor.
Se levantó con el esfuerzo de sus músculos doloridos, acercándose susurrando perdón por arrancarla; la acarició con toda la ternura de sus manos y la guardó pegada al pecho, bajo la camisa sucia y transpirada.
Emprendió el largo regreso hasta su hogar, con paso largo y descansado, acompañado por un ánimo renovado y sintiendo en el camino como la extraña flor lo impulsaba con vitalidad desconocida, permaneciendo con la frescura de sus pétalos sin marchitarse.
Salió del bosque mucho antes de lo que esperaba y poco después del mediodía traspasaba la puerta de su casa; de donde había partido sin tener idea de lo que buscaba, regresando con la joya más preciada… un insólito presente que no sabía iba a encontrar, ni tampoco buscaba.
Con la suciedad de dos días de camino, se quitó la camisa ante la ducha de agua fresca… y al hacerlo, en su pecho la brillante rosa roja lucía integrada a la piel. Estuvo largo tiempo bajo el agua, no encontró tallo ni hojas, pero incrustada a la altura del corazón la rosa lucía indeleble, como una parte más de su cuerpo… en una imagen que de ahora en más acompañaría sus jornadas.
A los pocos días, mientras se refrescaba en un arroyo cercano, sintió las voces de sus padres y con temor de que preguntaran sobre el extraño tatuaje, trató de ocultarlo, saliendo del agua con la mano sobre el corazón, que comenzó a latir en forma acelerada. Sus nervios afloraron y entonces decidió que debía ser sincero, abrió sus brazos… pero no obtuvo los interrogantes que esperaba y bajando la vista comprobó que allí todavía se encontraba, por lo que preguntó:
¿No encuentran en mi pecho nada raro?
Recibiendo la respuesta inesperada:
José se internó en el bosque, respirando un aire de pureza diferente que le impedía a seguir andando; hasta que, entre matorrales naturales que bordeaban el sendero, observó un pequeño rosal cubierto de rojos, en cuyo alrededor como esperando turno, flotaban colibríes y sobrevolaban centenares de abejas; en una escena insólita y diferente, pues todo el vibrar de alas, ignoraba a arbustos similares también hermosos y floridos.
Al acercarse, vio que sus ramas verdes lucían hermosas rosas rojas, pero en su centro, como pintada en un cuadro diferente, crecía una flor azulada de mayor tamaño, que era respetada por aves e insectos, destacando su belleza solitaria.
Estiró su mano para sacarla del tallo, por diferente y extraña, pero algo detuvo su impulso y solamente la acarició con la punta de sus dedos, como si algo le advirtiera que no debía arrancarla. Entonces inclinó su rostro y besó uno a uno sus delicados pétalos, como un respetuoso homenaje a algo superior e incomprensible… percibiendo entonces en su mente, silenciosas palabras que decían:
“Sin tener idea de quién soy me has besado, demostrando confianza en una hija de la naturaleza que desconoces; si me hubieras extraído de mi tallo, tu crimen sin motivo hubiera sido castigado”.
“Demostraste que en tu alma se mantiene la pureza, requisito indispensable que ha impedido que mates la belleza”.
“Sigue tu camino hasta encontrar un arbusto igual y diferente, pleno de flores azules, pero en cuyo centro verás una hermosa rosa roja; tómala con delicadeza, guárdala junto a tu pecho y se integrará a tu corazón… y en algún momento de la vida, te llevará sin duda alguna al mayor sentimiento a que pueden aspirar los seres humanos, el verdadero amor”.
El camino largo y sinuoso, cansó sus piernas y lo hizo tambalear, luego de horas que hicieron caer lentamente la noche, pero perseveró en el recorrido, detrás de la posibilidad de encontrar el mayor tesoro de su existencia, la meta más buscada por el hombre, tan esquiva y errática como sus miles de historias… pero su razonamiento le decía:
“Por favor no exijas tu cuerpo por más tiempo, te encuentras corriendo detrás de una utopía, no vas a encontrarla. Todos los que la han perseguido, han obtenido por única recompensa el recorrido; abandona ya, has perdido conciencia de la realidad, que siempre triunfa por sobre los deseos humanos”.
Trató de proseguir, pero su cuerpo ya sin energía dobló sus piernas debiendo recostar la espalda en el tronco de un árbol… tal vez el abuelo de todos los que integraban el bosque encantado.
Sus ojos se abrieron lentamente y se despertó sobresaltado, con los finos rayos solares, filtrándose por los pocos espacios visibles de cielo abierto sobre el techo arbolado. A su frente, la planta buscada lucía las hermosas flores azules que esperaba; destacándose en su centro, la rosa distinta color pasión… el tesoro buscado con tesón y la llave que abriría en su momento la utopía del amor.
Se levantó con el esfuerzo de sus músculos doloridos, acercándose susurrando perdón por arrancarla; la acarició con toda la ternura de sus manos y la guardó pegada al pecho, bajo la camisa sucia y transpirada.
Emprendió el largo regreso hasta su hogar, con paso largo y descansado, acompañado por un ánimo renovado y sintiendo en el camino como la extraña flor lo impulsaba con vitalidad desconocida, permaneciendo con la frescura de sus pétalos sin marchitarse.
Salió del bosque mucho antes de lo que esperaba y poco después del mediodía traspasaba la puerta de su casa; de donde había partido sin tener idea de lo que buscaba, regresando con la joya más preciada… un insólito presente que no sabía iba a encontrar, ni tampoco buscaba.
Con la suciedad de dos días de camino, se quitó la camisa ante la ducha de agua fresca… y al hacerlo, en su pecho la brillante rosa roja lucía integrada a la piel. Estuvo largo tiempo bajo el agua, no encontró tallo ni hojas, pero incrustada a la altura del corazón la rosa lucía indeleble, como una parte más de su cuerpo… en una imagen que de ahora en más acompañaría sus jornadas.
A los pocos días, mientras se refrescaba en un arroyo cercano, sintió las voces de sus padres y con temor de que preguntaran sobre el extraño tatuaje, trató de ocultarlo, saliendo del agua con la mano sobre el corazón, que comenzó a latir en forma acelerada. Sus nervios afloraron y entonces decidió que debía ser sincero, abrió sus brazos… pero no obtuvo los interrogantes que esperaba y bajando la vista comprobó que allí todavía se encontraba, por lo que preguntó:
¿No encuentran en mi pecho nada raro?
Recibiendo la respuesta inesperada:
- No, no vemos nada nuevo… pero eres el hijo que amamos, tu bondad es como siempre ilimitada.
En ese momento José comprendió que el mágico obsequio podía observarlo solo él, nadie más… ni siquiera los seres que adoraba.
Transcurrió casi una década, en el curso de la cual nada cambió. En dos ocasiones se internó en la profundidad del bosque, pero no volvió a localizar el viejo árbol, ni las exóticas rosas a las que se había enfrentado, regresando invadido por la decepción y las dudas revolviendo sus entrañas… aunque en cada ocasión que desnudaba el pecho, allí encontraba la marca de la esperanza.
El pueblo era pequeño y cercano… nunca pasaba nada; pero una vez al año la población se concentraba, festejando la fecha patria que los convocaba. José nunca dejó de concurrir; aun cuando siempre al regreso, sentía que una profunda decepción y la sombra de tristeza lo rodeaba, poseído por la soledad, en su pueblo pequeño y cercano… nunca pasaba nada.
Transcurrieron casi quince años del sortilegio del bosque y en un día como tantos, en la calle principal; se encontró frente a una joven desconocida y bella, con el azul luminoso en las pupilas, que le sonrió de forma encantadora.
Sintió entonces que su pecho ardía y abriendo la camisa extrajo la rosa roja poniéndola en sus manos, observando al encontrarse a su lado que, en medio de sus senos, develada por el generoso escote… se encontraba la rosa azul tatuada.
Rodolfo Nario – Febrero/2018