UN CIUDADANO DIFERENTE
Caminar lentamente apoyando los pies en el techo, desafiando las leyes de la gravedad no resulta imposible; es más, casi se ha convertido en un hábito personal… aunque en ese momento de angustia las lágrimas subían por mi frente, mojándome el cabello y arrojándose luego en caída libre hacia el piso, donde se hundían en silencio humedeciendo la espesa alfombra.
Como era usual mi gata me observaba con el cuello doblado hacia arriba, con ojos de “no entiendo nada” desorientada ante el espectáculo, mientras emitía un sordo maullido de temor.
El calor y la humedad convertían los vidrios del ventanal en empañados visores del mundo exterior, ocultando los edificios vecinos y sólo el sonido del miedo animal rompía el silencio de la habitación.
Supe entonces que había llegado el momento de dar salida a la nueva vida, sintiendo en la garganta el roce de los suaves plumones y el nacimiento por el útero sin cáscara de mi tráquea de una decena de pequeños. El espacio se pobló entonces de trinos y diminutos pájaros aprendiendo a volar… pero algunos resultaron fácil presa del felino que los esperaba con mal disimulada voracidad.
Ante el espectáculo interrumpí el recorrido, apoyándome con una rápida voltereta en el piso y abrí las hojas del ventanal, ayudando a escapar a las que no habían sido devoradas por el letal cazador; arrojándolas al exterior y mirándolas esfumarse en el éter, a salvo de la conjunción de alegría y muerte en que se había convertido el lugar.
Estuve estático largo tiempo viendo como los pequeños encontraban el mundo de la libertad y mi pensamiento se volcó a analizar su significado, reflexionando sobre su importancia en la existencia.
La ausencia de libertad en los seres humanos libera la metamorfosis que llega a transformar democracia en dictadura, amor en traición o valentía en pasividad, llegando a trastocar valores que nos resultan esenciales… por ello la vital importancia de su vigencia y defensa a costo incluso de la vida.
Ese concepto casi intangible es capaz de regular el comportamiento de los hombres, con una incidencia que trasciende historias y destinos, así como el de las naciones. Por lo cual debemos darle prioridad incluso por encima de nuestras ideologías, pues su pérdida siempre acarrea corrupción y nepotismo, pudiendo alcanzar a la eliminación de todos los derechos esenciales.
Su pureza debe ser cristalina y luminosa, tangible y comprobable, así como igualitaria y sujeta a las leyes; pues cada desvío de su esencia destruye parte de su totalidad, transformándola en una palabra destruida por la realidad. Y cuando el poder cae en manos incapaces de cumplir con las obligaciones que conlleva, es muy difícil de cuantificar cuánto hemos perdido; pues sólo nos damos cuenta de que la balanza de la igualdad se ha desnivelado, cuando deja de funcionar.
Somos lo que nuestras acciones revelan, de nada sirve que nuestros pensamientos nos impulsen hacia el camino correcto, si no lo seguimos. Ni siquiera Dios puede convertirnos en un ser humano solidario y objetivo, si luego de rogarle no lo llevamos a los hechos y el peor engaño es el que hacemos ocultando nuestro íntimo desencuentro; a veces con una tapa que en su exterior dice: “no importa”. Pues aunque sabemos que lo que hacemos no es correcto preferimos borrarlo de la memoria.
Pero esa realidad egoísta nos consume y si no somos sinceros, trocando olvido y ceguera por conveniencia o ideología, hemos llegado al fondo de una trampa de difícil salida.
Luego, inmóvil frente al agujero que se habría al cielo y las alas ya desaparecidas, quedé enfrentado al marco de una ventana, que ya había perdido su nebulosa al contacto con el aire fresco de la mañana; pero algo me sacó de mi éxtasis, pues la gata estaba pasando su áspera lengua por mis piernas desnudas, con una boca de la cual aún caían pequeñas plumas. Mirándome con amor y acercándose a refregar su cuerpo en busca de caricias; luego de lo cual se acostó a disfrutar del cuadrado de luz que penetraba calentando la alfombra.
Sentí el chirrido metálico del despertador y supe que tendría que prepararme para introducirme en el reino de la irrealidad, pues a las nueve tendría que concurrir a la oficina durante un tiempo de agotador fingimiento, actuando como si personas, escritorios y calles en realidad existieran.
Tomé una larga ducha, me afeité, peiné mis cabellos, luego me vestí correctamente con la ropa limpia y planchada de lavandería, e incluso me puse ese inútil trapo al cuello que desde siempre llaman corbata y que tiene algo de similitud con un nudo de horca. Entonces encaminé mis pasos, con la misma actitud del sentenciado a muerte que transita hacia el cadalso, abrí la puerta de entrada, moldee la falsa sonrisa que llevaría durante todo el lapso en que estaría en contacto con ese mundo y salí a la vereda.
En el ómnibus que me llevaba a destino, recibí empujones respondiendo con amabilidad, cedí el asiento a una chica que insólitamente me concedió un “gracias” y luego de un largo traqueteo llegué a la cuadra donde sabía se encontraba mi escritorio, aplastado por la pila de expedientes que tendría que diligenciar.
Ya cerca de los 40 años me sentía joven y vital, con un cabello en el cual apenas se marcaban algunas canas, cerca de 1.80 de estatura y facciones regulares y agradables; por lo que al entrar en esencial las chicas me recibieron alegremente y pronto me encontré bromeando y conversando sobre nuestras actividades del fin de semana libre (sobre lo cual por supuesto les mentí descaradamente). Luego me acomodé en el conocido y cómodo sillón que utilizaba, sin perder nunca mi sonrisa… pese a que sabía que estaba rodeado de fantasmas, que usurpaban cuerpos que en realidad no existían y solamente la ficción les daba vida.
Dada mi capacidad de concentración y minuciosidad, antes de terminar el horario puse en orden las diversas tareas que me habían asignado; prestando especial atención en mostrar amabilidad cada vez que levantaba la cabeza y observaba que alguno de los compañeros de tareas me miraba. Hasta que al fin el día laboral llegó a su término y emprendí el regreso al hogar, donde nuevamente podría mostrarme tal cual era y reencontrarme con la pequeña gata que me esperaba.
Antes de llegar me detuve en el almacén del barrio, compré agua mineral y un gran pan con milanesa, lechuga y tomate, recibiendo de su dueña un “va a comer poco, ese físico necesita alimentarse mejor”, le retribuí entonces con una mueca sonriente y entré nuevamente al mundo real… un espectro no iba a decirme la cantidad que tendría que comer o no. Luego entregué la carne a Mimí que esperaba ansiosa, tiré el pan al recipiente de la basura y me comí la lechuga y el tomate, acostándome a descansar.
Estuve largo tiempo tratando de encontrar una salida a mi realidad de único superviviente del mundo exterior, pues se hacía cada vez más evidente que necesitaba encontrar compañía, alguien o algo que aliviara mi sensación de soledad. Pero quedé dormido sin encontrar solución o respuesta a la vital interrogante.
Cuando las primeras luces penetraron molestando mis párpados aún cerrados, comencé con los primeros dolores abdominales, sin prestarles mayor importancia; pero se agudizaron en forma rápida y se hicieron irresistibles. Corrí entonces retorciéndome de dolor hasta la pared y la subí rápidamente, hasta encontrarme parado cabeza hacia abajo en el cielorraso.
Estuve entre náuseas y arcadas hasta que comencé a sentir que algo ascendía desde el estómago, pero esta vez la sensación era distinta, evidentemente no eran los comunes pajaritos sino algo totalmente inusual. Al llegar a mi boca no había olor a plumas y aunque lo encontré conocido no pude determinar por anticipado la morfología del pequeño, sentí el gusto a un suave pelaje y con un estertor lo expulsé desde lo alto.
Mimí estaba con sus patas arqueadas y la cabeza gacha, en la posición de caza de todos los felinos, por lo que corrió hacia su presa alcanzándola con un ágil salto antes de que tocara el suelo; pero luego la soltó con delicadeza, llevándola a la manta sobre la que dormía y mirándome con extrañeza se acostó a su lado.
Ante tan insólito comportamiento me apresuré a bajar, acercándome y comprobando que había llegado un nuevo amigo, un hermoso gato de brillante pelaje verde y rojizo (imagino que debido a la lechuga y el tomate ingerido)… algo tan tierno y agradable como el amor, por lo cual lo recibimos como el mejor regalo de nuestras solitarias vidas.
Comenzó a caminar sobre sus tambaleantes patas, hasta recorrer todo el perímetro de la habitación y telefónicamente di parte de enfermo, pues no me animé a dejarlo a solas con Mimí; teniendo dudas además sobre su alimentación y cuidado.
Ese día resultó maravilloso, tuve que salir a buscar un poco de leche, regresando rápidamente y mojando la miga del pan que había tirado el día anterior, pude comprobar que comía prudentemente pero con apetito. Luego jugamos, nos acariciamos y descansamos en lo que resultó finalmente una jornada perfecta.
El miércoles no tuve opción y tuve que salir a trabajar, llegando nuevamente a las amplias puertas de entrada a las oficinas, que me abrieron paso como si fuera una sombra más de las muchas que diariamente ingresaban. Estuve todo el tiempo inquieto, volcando mi esfuerzo en la perfecta representación de un ánima similar al resto del personal, pero pese a todo alcancé a mantener mi disfraz de muerto sonriente durante el horario de trabajo, volviendo a su fin apresuradamente impulsado por mi intranquilidad.
Por fortuna pude comprobar que todo se estaba en orden y tanto Mimí como su nuevo compañero se encontraban bien. Al entrar ambos acudieron a recibirme con lengüetazos y ronroneos cariñosos, por lo que pude volver a comportarme como siempre, pero ahora habiendo doblado compañía, cariño y presencia amistosa.
Luego me senté a mi computadora con la decisión de escribir mis experiencias, con la seguridad de que nadie podría llegar a leerlas, por lo menos hasta que adquiriera presencia fantasmal… lo que tenía la seguridad de que algún día ocurriría.
Trabajé hasta que la vista comenzó a tornarse borrosa y luego me recosté en mi lecho, esperando el sueño que acudió pronto calmo y tranquilizante. Estuve varias horas descansando casi sin cambiar de posición, hasta el momento en que me despertaron los aullidos de los animales, recordando que en la prisa por regresar había olvidado traerles alimento.
Ya habían arribado las horas nocturnas y sabía que salir resultaría extremadamente peligroso, pues mi imagen resaltaría en la oscuridad con el halo refulgente de mi temperatura corporal, destacándome entre todas las sombras que recorrían la noche y por primera vez me sentí prisionero en mi propio cuerpo. Pero los gatos no podían esperar más tiempo… debía encontrar rápidamente una solución.
Probé entonces cortarme un dedo y lo deposité en su pequeño recipiente, pero aunque lo lamieron con cariño no quisieron probarlo; lo cual fue una lástima porque a la media hora ya me había crecido uno nuevo y de esa forma habría podido mantenerlos sin problema en forma indefinida.
Tuve que esperar hasta la aparición de los primeros rayos solares, cuando comencé a sentir el conocido cosquilleo en mi estómago, prolegómeno de una nueva erupción de arcadas y supe que algo venía, esperando que no fuera otro felino, lo cual agravaría la situación.
Subí corriendo por la pared y me paré en el centro del techo, percibiendo en mi estómago suaves movimientos, por lo que metiendo los dedos en mi garganta pronto pude arrojar, expulsando una bandada de diminutos pichones (creo que eran gorriones). Al ser una cantidad fuera de lo usual alcanzaron para satisfacer a los gatos, e incluso pude guardar varios en el refrigerador como abastecimiento futuro.
Desde ese momento alcancé la felicidad que siempre había perseguido, por lo cual consideré innecesario seguir trabajando, permaneciendo todo el tiempo encerrado junto a Mimí y nuestro gato, que crecía a pasos agigantados, hasta convertirse en un esbelto adulto, cuya verde cabeza siempre se encontraba a mi lado.
Pero la felicidad se compone de retazos de tiempo, que sabemos llegan siempre a su final. El aislamiento comenzó a inquietar a mis vecinos y terminaron dando aviso a las autoridades; hasta que una noche el timbre sonó repetidamente.
Me negué repetidamente a permitirles el paso, gritándoles a través de la puerta que me encontraba bien y no necesitaba de su presencia, pero habían venido preparados, insistiendo en que abriera pues tenían el aval de una orden judicial. Luego ante mi silencio rompieron la puerta con violencia y uno de ellos intimidado ante la luminosidad de mi cuerpo en la oscuridad me disparó.
Sentí el impacto del primer proyectil en el centro del pecho y mi muerte debió ocurrir en forma instantánea, pues al segundo proyectil aunque me di cuenta de que me atravesó no lo sentí para nada… los muertos no tienen ese tipo de sensaciones.
Les reclamé entonces por su desmesurada agresividad en la represión de un ciudadano inocente de culpa alguna y reconociendo su error me dieron sus disculpas… imagino que habiendo tomado la suave luminosidad, ahora desaparecida, por una ilusión óptica.
Al llegar el día tuve que tomar algunas decisiones drásticas; los gatos sin alguien que les diera sustento podrían morir de hambre, por lo que los arrojé por la ventana (estaba en un tercer piso, pero dicen que los gatos siempre caen parados) y les desee la mejor de las suertes.
En cuanto a mí no tuve más opción que integrarme definitivamente al mundo de los espíritus, dado que ahora nadie podría decir que era alguien distinto al resto de la sociedad… muerta pero totalmente normal.
Del Libro "Cazador de sueños"